El Hércules se impuso al Sevilla (2-0), logró su primera victoria como local de la temporada y puso al técnico hispalense, Antonio Álvarez, contra las cuerdas tras la derrota de hoy.
El Sevilla perdonó al Hércules en los primeros compases del envite y eso al final le costó muy caro. El conjunto alicantino arrancó tan impreciso como voluntarioso lo hizo el hispalense, pero el portero Calatayud demostró la gran forma en la que ha arrancado la temporada y mantuvo el marcador equilibrado.
El meta malagueño del Hércules evitó en dos grandes intervenciones que el argentino Acosta inaugurara el tanteador. En la primera le sacó un mano a mano, después de un preciso pase en profundidad de Luis Fabiano. En la segunda, le sacó un tiro que entraba por la escuadra.
Ambas ocasiones visitantes llegaron tras sendas recuperaciones de balón en el centro del campo. En el momento en el que el Hércules se asentó sobre el terreno de juego y evitó regalar balones a su rival, el partido se fue volcando de su parte.
La mejoría herculana quedó plasmada, sobre todo, a partir del cuarto de hora de juego. Entonces, el equipo dirigido por Esteban Vigo solicitó penalti sobre su delantero Trezeguet por un agarrón del central sevillista Alexis.
El colegiado observó en esa acción falta del ariete francés y no del central, pero sí que pitó penalti cinco minutos más tarde, por derribo de Romaric a Tiago Gomes. Trezeguet no desaprovechó la pena máxima para adelantar al Hércules.
El Sevilla quedó noqueado y sin apenas poder de reacción, mientras que el Hércules, pese a ceder el balón al Sevilla, acabó ampliando su ventaja antes del descanso tras un contragolpe que remató Kiko Femenía y que Trezeguet desvió al fondo de las mallas.
Tras el descanso, Luis Fabiano probó fortuna en un disparo de falta que despejó Calatayud, al que le acompañó la fortuna en otro lanzamiento directo en el que Romaric sorprendió a todo el Hércules y se encontró con el palo.
Con el balón en juego, el Sevilla no tuvo oportunidades claras de gol ante la meta herculana y en muchos momentos fue la imagen de la potencia.
Por su parte, el Hércules, a la contra, también tuvo sus opciones para ampliar su ventaja, aunque el conjunto alicantino se empeñaba especialmente en sus labores defensivas.
26 de septiembre de 2010
23 de septiembre de 2010
Zaragoza 0-0 Hércules (2010/2011)
En un partido pendular, algo amorfo pero jugado con intensidad de menesterosos, Calatayud detuvo al Zaragoza y lo manda al último puesto. Calatayud dijo empate y su guante fue acero. También el de Leo Franco, por cierto. Tras una goleada infamante con el Málaga y un ejercicio de indolencia en Santander, el Zaragoza probó otro sabor en la gama de los lamentos: la frustración de poner todo e irse de vacío. Al Hércules el empate le suma cuatro puntos fuera de casa, cifra muy apreciable, para navegar en las aguas tibias del torneo. Y si no es por Leo Franco, que le sacó tres que iban camino de la red, el Hércules vacuna al Zaragoza.
El partido se construyó de manera amorfa, alrededor de desafíos individuales que sustituyeron al entretenimiento. Sinama y Pamarot fundieron sus sombras en un solo cuerpo. Lafita corrió hacia atrás como un animal y buscó resuello con la pelota. Drenthe retó a Diogo, más veces con la mirada que con el balón, pero por ahí el Hércules reunió un aviso. En el medio hubo tráfico y agitación. Abel Aguilar creció de área a área, Fritzler le hacía de lugarteniente, Tote se vistió de abeja. Entre Gabi y Kevin removían tierra con interés y confusión. Ander trataba de encontrar caminos. Extraño en un partido tan industrioso, Trezeguet, un bicho de área, iba a pasar la noche sin cenar.
Con tanto tráfago, hubo quien dio su sangre (Lafita y Pamarot, cortado en la ceja como si peleara con Sonny Liston) para rendir tributo a la intensidad hueca de contenido. El partido no fue bueno, pero sí simpático, por su penduleo y por la heterodoxia del esfuerzo. Todo control se hizo opinable y sobre todo pasajero. El Zaragoza empezó con el impulso que brota de su angustia y tuvo aliento para sostenerlo toda la noche. Sí, Gay debió cambiar antes (los de afuera corren como maratonianos), pero ¿cómo?: los recambios están aún para poco rato. Plantilla corta de número, de fútbol y, en algún caso, también de forma. Al menos los futbolistas pusieron el nervio de las horas sombrías. Eso sí, su esfuerzo invita más a la conmiseración que a la tranquilidad. Por dentro corre la misma sangre. Por fuera, el mismo escaso fútbol. Y un inquietante desacuerdo con el gol. Pamarot, Abraham Paz y el intenso Peña, tuvieron mucha culpa. Calatayud hizo el resto.
Paradones. Ahora... de la uniformidad siempre asoman los vivos. Como Ander o Tote, que revolotearon ávidos, ligeros y con aire de advertencia. Ander inició las jugadas que acabarían en el cabezazo tocadito de Bertolo a centro con cuerda de Lafita. Fue al palo y Sinama no encontró el rebote. Luego, el francés trazó una falta combada en vuelo suave que sacó también el portero del Hércules. Y hubo otra escapada del mismo Sinama a pase listo de Ander, en la que el delantero no se ordenó las piernas. Más adelante, Calatayud frustraría a Lafita y Marco Pérez.
El Hércules administró su posición. Presionó más allá del horizonte medio y tuvo su hora. Claro que la tuvo. El Zaragoza jugaba a los puntos; el Hércules especuló con el KO. Tres remates con nombre de gol sacaría Leo Franco. Uno a Tote tras combinación sabia de Abel Aguilar. El portero hizo un escorzo inverso: el corpachón a un lado, el pie al otro. Y rechazó. Drenthe lo obligó a otra arriba y, sobre todo, Trezeguet lo aproximó al aprecio popular. Fue la única vez en que el francés salió de los telones urdidos por Jarosik y Contini. Disparó con la enjundia de quien ha sido, pero Franco salió ileso. Todo lo demás que ganó el Hércules lo obtuvo por oficio. Atrás y en el medio. Pamarot encajó por los demás (incluido un codazo inadvertido de Diogo) y limitó a Sinama. Marco Pérez, al final, se le escapó. Fue en el alargue: pero estaba Calatayud, ganador ante la pobre definición del punta. La última la sacó de dentro Abel Aguilar. Esteban hizo números y se fue conforme. Las disyuntivas de Gay crecen: el equipo quiere pero no alcanza; Sinama aguanta y juega la pelota; Pérez hace ocasiones y deshace goles.
El partido se construyó de manera amorfa, alrededor de desafíos individuales que sustituyeron al entretenimiento. Sinama y Pamarot fundieron sus sombras en un solo cuerpo. Lafita corrió hacia atrás como un animal y buscó resuello con la pelota. Drenthe retó a Diogo, más veces con la mirada que con el balón, pero por ahí el Hércules reunió un aviso. En el medio hubo tráfico y agitación. Abel Aguilar creció de área a área, Fritzler le hacía de lugarteniente, Tote se vistió de abeja. Entre Gabi y Kevin removían tierra con interés y confusión. Ander trataba de encontrar caminos. Extraño en un partido tan industrioso, Trezeguet, un bicho de área, iba a pasar la noche sin cenar.
Con tanto tráfago, hubo quien dio su sangre (Lafita y Pamarot, cortado en la ceja como si peleara con Sonny Liston) para rendir tributo a la intensidad hueca de contenido. El partido no fue bueno, pero sí simpático, por su penduleo y por la heterodoxia del esfuerzo. Todo control se hizo opinable y sobre todo pasajero. El Zaragoza empezó con el impulso que brota de su angustia y tuvo aliento para sostenerlo toda la noche. Sí, Gay debió cambiar antes (los de afuera corren como maratonianos), pero ¿cómo?: los recambios están aún para poco rato. Plantilla corta de número, de fútbol y, en algún caso, también de forma. Al menos los futbolistas pusieron el nervio de las horas sombrías. Eso sí, su esfuerzo invita más a la conmiseración que a la tranquilidad. Por dentro corre la misma sangre. Por fuera, el mismo escaso fútbol. Y un inquietante desacuerdo con el gol. Pamarot, Abraham Paz y el intenso Peña, tuvieron mucha culpa. Calatayud hizo el resto.
Paradones. Ahora... de la uniformidad siempre asoman los vivos. Como Ander o Tote, que revolotearon ávidos, ligeros y con aire de advertencia. Ander inició las jugadas que acabarían en el cabezazo tocadito de Bertolo a centro con cuerda de Lafita. Fue al palo y Sinama no encontró el rebote. Luego, el francés trazó una falta combada en vuelo suave que sacó también el portero del Hércules. Y hubo otra escapada del mismo Sinama a pase listo de Ander, en la que el delantero no se ordenó las piernas. Más adelante, Calatayud frustraría a Lafita y Marco Pérez.
El Hércules administró su posición. Presionó más allá del horizonte medio y tuvo su hora. Claro que la tuvo. El Zaragoza jugaba a los puntos; el Hércules especuló con el KO. Tres remates con nombre de gol sacaría Leo Franco. Uno a Tote tras combinación sabia de Abel Aguilar. El portero hizo un escorzo inverso: el corpachón a un lado, el pie al otro. Y rechazó. Drenthe lo obligó a otra arriba y, sobre todo, Trezeguet lo aproximó al aprecio popular. Fue la única vez en que el francés salió de los telones urdidos por Jarosik y Contini. Disparó con la enjundia de quien ha sido, pero Franco salió ileso. Todo lo demás que ganó el Hércules lo obtuvo por oficio. Atrás y en el medio. Pamarot encajó por los demás (incluido un codazo inadvertido de Diogo) y limitó a Sinama. Marco Pérez, al final, se le escapó. Fue en el alargue: pero estaba Calatayud, ganador ante la pobre definición del punta. La última la sacó de dentro Abel Aguilar. Esteban hizo números y se fue conforme. Las disyuntivas de Gay crecen: el equipo quiere pero no alcanza; Sinama aguanta y juega la pelota; Pérez hace ocasiones y deshace goles.
19 de septiembre de 2010
Hércules 1-2 Valencia (2010/2011)
El encuentro se decantó desde los compases iniciales del lado de un Valencia que ya tuvo una clara oportunidad, en las botas de Roberto Soldado, antes de que se cumpliera el primer minuto de juego.
Lo que no consiguió Soldado lo logró Juan Mata, quien no desperdició un buen servicio de Pablo Hernández para rematar cruzado, con la pierna derecha, el primer tanto del encuentro. Apenas se llevaban dos minutos de partido.
Con el marcador a su favor desde tan pronto, el Valencia se encontró cómodo. Cedió la pelota a un Hércules que no conseguía acercarse con peligro al área de un equipo visitante que, a la contra, daba muestras de poder hacer daño.
Y así llegó el segundo tanto de los de Unai Emery, a los veintidós minutos, después de una gran cabalgada de Joaquín Sánchez que rubricó con un perfecto derechazo Pablo Hernández a la escuadra de la portería de Juan Calatayud.
Pero el conjunto alicantino consiguió meterse en el partido en la recta final de la primera mitad, después de que el colegiado pitara penalti tras unas manos de David Navarro dentro del área. La acción existió, aunque la voluntariedad fuera más dudosa. Trezeguet no desaprovechó la pena máxima para reducir la desventaja en el marcador e insuflar ánimos al Hércules de cara a la segunda mitad.
Un empujón moral que creció cuando el Valencia se quedó en inferioridad numérica tras ver Navarro la segunda tarjeta amarilla y, por tanto, ser expulsado (m.48). El defensa chocó con Abel Aguilar, en una jugada en la que ambos entraron con igual fuerza, pero el árbitro vio punible la acción de Navarro.
Pese a jugar con diez, Pablo Hernández pidió un penalti tras caer dentro del área ante Pamarot y, justo después, Mathieu remató cruzado el que pudo ser el tercer tanto visitante. Pero el control del partido, como por otra parte era lógico, fue para un Hércules que tuvo en un cabezazo de Valdez, antes de ser sustituido por lesión, la posibilidad de igualar la contienda.
Las dos ocasiones más claras para marcar el segundo tanto local fueron, sin embargo, para Trezeguet. En la primera no llegó a rematar un pase de Kiko casi sobre la línea de gol; y en la segunda, tras una gran jugada de Tote, cabeceó al palo.
Los últimos minutos fueron un asedio del conjunto local, pero el Valencia consiguió mantener su victoria.
Lo que no consiguió Soldado lo logró Juan Mata, quien no desperdició un buen servicio de Pablo Hernández para rematar cruzado, con la pierna derecha, el primer tanto del encuentro. Apenas se llevaban dos minutos de partido.
Con el marcador a su favor desde tan pronto, el Valencia se encontró cómodo. Cedió la pelota a un Hércules que no conseguía acercarse con peligro al área de un equipo visitante que, a la contra, daba muestras de poder hacer daño.
Y así llegó el segundo tanto de los de Unai Emery, a los veintidós minutos, después de una gran cabalgada de Joaquín Sánchez que rubricó con un perfecto derechazo Pablo Hernández a la escuadra de la portería de Juan Calatayud.
Pero el conjunto alicantino consiguió meterse en el partido en la recta final de la primera mitad, después de que el colegiado pitara penalti tras unas manos de David Navarro dentro del área. La acción existió, aunque la voluntariedad fuera más dudosa. Trezeguet no desaprovechó la pena máxima para reducir la desventaja en el marcador e insuflar ánimos al Hércules de cara a la segunda mitad.
Un empujón moral que creció cuando el Valencia se quedó en inferioridad numérica tras ver Navarro la segunda tarjeta amarilla y, por tanto, ser expulsado (m.48). El defensa chocó con Abel Aguilar, en una jugada en la que ambos entraron con igual fuerza, pero el árbitro vio punible la acción de Navarro.
Pese a jugar con diez, Pablo Hernández pidió un penalti tras caer dentro del área ante Pamarot y, justo después, Mathieu remató cruzado el que pudo ser el tercer tanto visitante. Pero el control del partido, como por otra parte era lógico, fue para un Hércules que tuvo en un cabezazo de Valdez, antes de ser sustituido por lesión, la posibilidad de igualar la contienda.
Las dos ocasiones más claras para marcar el segundo tanto local fueron, sin embargo, para Trezeguet. En la primera no llegó a rematar un pase de Kiko casi sobre la línea de gol; y en la segunda, tras una gran jugada de Tote, cabeceó al palo.
Los últimos minutos fueron un asedio del conjunto local, pero el Valencia consiguió mantener su victoria.
15 de septiembre de 2010
Barcelona 0-2 Hércules (2010/2011)
Dos goles de Nelson Valdez, desmontaron la cicatería de Guardiola y le otorgó al Boquerón Esteban buena parte del crédito que el malditas escuchas amenazaron con arrebatarle en verano.
A excepción de Víctor Valdés, que en el tramo final salvó a su equipo de una derrota todavía más humillante, todos los azulgrana estuvieron muy por debajo de su nivel. Una caricatura de sí mismos en plena Diada. Es cierto que el intachable Pep pudo equivocarse al presentar un once sin varios titulares indiscutibles (dejó en el banquillo a Xavi, Pedro, Alves, Busquets y Puyol), pero tras el descanso, cuando entraron los mejores, su equipo jugó todavía peor. Estuvo lento, impreciso, ansioso, con enormes problemas para hacer circular el balón ante unos adversarios con los conceptos claros, envalentonados, solidarios, con dos líneas muy cerca del área que parecían muros. Y cuando los campeones se plantaron ante Calatayud, el portero del Hércules se mostró segurísimo.
El diseño táctico del Boquerón, perfecto conocedor del Barça, resultó productivo. Prefirió esperar convenientemente atrás antes que presionar a destiempo y regalar espacios letales entre líneas. Gestionó correctamente el fuera de juego cuando necesitó oxígeno y poco a poco fue enredando la magia blaugrana privando al «mejor equipo del mundo», que diría Drenthe, de la fluidez que necesita el Barça en la circulación para aplastar.
El orden, la capacidad de aguante, la extra motivación de Royston, una pesadilla infinita para Adriano, la brega constante del colombiano Abel Aguilar y, sobre todo, el oficio y la pegada de Valdez, un artista a la hora de meter el trasero y generarse espacios para proteger el balón y dar tiempo a las incorporaciones, le bastaba a los alicantinos ante un Barça que amagaba pero no golpeaba, ni por asomo.
El Hércules acertó en su primera llegada, tras una acción en la que Mascherano se jugó la expulsión. Tenía una amarilla y entró a destiempo a Drenthe, quien ejecutó la falta que acabó en la red tras un despiste defensivo en cadena y un remate en semifallo de Valdez. Velasco Carballo le perdonó la vida, igual que minutos después a Trezeguet por golpear con el brazo, y sin balón, a Adriano. El colegiado madrileño acertó, ya que ambas rojas hubieran sido un tanto rigurosas. Nervios en el Camp Nou y en los locales, como demostró Adriano en una cesión a Valdés que pudo costarle el segundo a los culés.
Entraron Pedro y Xavi. Villa se colocó de '9' y todo parecía más lógico. Pero el mejor centrocampista del mundo perdió ayer más balones que nunca. Además, los desmarques brillaron por su ausencia y ni siquiera Pedrito estuvo incisivo. Les faltaban frescura, rapidez, ideas y paciencia, todo lo contrario que al Hércules, que con un juego de conjunto solidario, certero y seguro hilvanó una acción perfecta. Trezeguet bajó un balón, golpeó de primera y de espaldas al compañero. Gracias a la maniobra encontró en el espacio a Tiago Gomes, que se plantó en el área para asistir a Valdez. El paraguayo completó su primer doblete con un disparo perfecto que le dio al Hércules un triunfo histórico.
A excepción de Víctor Valdés, que en el tramo final salvó a su equipo de una derrota todavía más humillante, todos los azulgrana estuvieron muy por debajo de su nivel. Una caricatura de sí mismos en plena Diada. Es cierto que el intachable Pep pudo equivocarse al presentar un once sin varios titulares indiscutibles (dejó en el banquillo a Xavi, Pedro, Alves, Busquets y Puyol), pero tras el descanso, cuando entraron los mejores, su equipo jugó todavía peor. Estuvo lento, impreciso, ansioso, con enormes problemas para hacer circular el balón ante unos adversarios con los conceptos claros, envalentonados, solidarios, con dos líneas muy cerca del área que parecían muros. Y cuando los campeones se plantaron ante Calatayud, el portero del Hércules se mostró segurísimo.
El diseño táctico del Boquerón, perfecto conocedor del Barça, resultó productivo. Prefirió esperar convenientemente atrás antes que presionar a destiempo y regalar espacios letales entre líneas. Gestionó correctamente el fuera de juego cuando necesitó oxígeno y poco a poco fue enredando la magia blaugrana privando al «mejor equipo del mundo», que diría Drenthe, de la fluidez que necesita el Barça en la circulación para aplastar.
El orden, la capacidad de aguante, la extra motivación de Royston, una pesadilla infinita para Adriano, la brega constante del colombiano Abel Aguilar y, sobre todo, el oficio y la pegada de Valdez, un artista a la hora de meter el trasero y generarse espacios para proteger el balón y dar tiempo a las incorporaciones, le bastaba a los alicantinos ante un Barça que amagaba pero no golpeaba, ni por asomo.
El Hércules acertó en su primera llegada, tras una acción en la que Mascherano se jugó la expulsión. Tenía una amarilla y entró a destiempo a Drenthe, quien ejecutó la falta que acabó en la red tras un despiste defensivo en cadena y un remate en semifallo de Valdez. Velasco Carballo le perdonó la vida, igual que minutos después a Trezeguet por golpear con el brazo, y sin balón, a Adriano. El colegiado madrileño acertó, ya que ambas rojas hubieran sido un tanto rigurosas. Nervios en el Camp Nou y en los locales, como demostró Adriano en una cesión a Valdés que pudo costarle el segundo a los culés.
Entraron Pedro y Xavi. Villa se colocó de '9' y todo parecía más lógico. Pero el mejor centrocampista del mundo perdió ayer más balones que nunca. Además, los desmarques brillaron por su ausencia y ni siquiera Pedrito estuvo incisivo. Les faltaban frescura, rapidez, ideas y paciencia, todo lo contrario que al Hércules, que con un juego de conjunto solidario, certero y seguro hilvanó una acción perfecta. Trezeguet bajó un balón, golpeó de primera y de espaldas al compañero. Gracias a la maniobra encontró en el espacio a Tiago Gomes, que se plantó en el área para asistir a Valdez. El paraguayo completó su primer doblete con un disparo perfecto que le dio al Hércules un triunfo histórico.
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