En un partido pendular, algo amorfo pero jugado con intensidad de menesterosos, Calatayud detuvo al Zaragoza y lo manda al último puesto. Calatayud dijo empate y su guante fue acero. También el de Leo Franco, por cierto. Tras una goleada infamante con el Málaga y un ejercicio de indolencia en Santander, el Zaragoza probó otro sabor en la gama de los lamentos: la frustración de poner todo e irse de vacío. Al Hércules el empate le suma cuatro puntos fuera de casa, cifra muy apreciable, para navegar en las aguas tibias del torneo. Y si no es por Leo Franco, que le sacó tres que iban camino de la red, el Hércules vacuna al Zaragoza.
El partido se construyó de manera amorfa, alrededor de desafíos individuales que sustituyeron al entretenimiento. Sinama y Pamarot fundieron sus sombras en un solo cuerpo. Lafita corrió hacia atrás como un animal y buscó resuello con la pelota. Drenthe retó a Diogo, más veces con la mirada que con el balón, pero por ahí el Hércules reunió un aviso. En el medio hubo tráfico y agitación. Abel Aguilar creció de área a área, Fritzler le hacía de lugarteniente, Tote se vistió de abeja. Entre Gabi y Kevin removían tierra con interés y confusión. Ander trataba de encontrar caminos. Extraño en un partido tan industrioso, Trezeguet, un bicho de área, iba a pasar la noche sin cenar.
Con tanto tráfago, hubo quien dio su sangre (Lafita y Pamarot, cortado en la ceja como si peleara con Sonny Liston) para rendir tributo a la intensidad hueca de contenido. El partido no fue bueno, pero sí simpático, por su penduleo y por la heterodoxia del esfuerzo. Todo control se hizo opinable y sobre todo pasajero. El Zaragoza empezó con el impulso que brota de su angustia y tuvo aliento para sostenerlo toda la noche. Sí, Gay debió cambiar antes (los de afuera corren como maratonianos), pero ¿cómo?: los recambios están aún para poco rato. Plantilla corta de número, de fútbol y, en algún caso, también de forma. Al menos los futbolistas pusieron el nervio de las horas sombrías. Eso sí, su esfuerzo invita más a la conmiseración que a la tranquilidad. Por dentro corre la misma sangre. Por fuera, el mismo escaso fútbol. Y un inquietante desacuerdo con el gol. Pamarot, Abraham Paz y el intenso Peña, tuvieron mucha culpa. Calatayud hizo el resto.
Paradones. Ahora... de la uniformidad siempre asoman los vivos. Como Ander o Tote, que revolotearon ávidos, ligeros y con aire de advertencia. Ander inició las jugadas que acabarían en el cabezazo tocadito de Bertolo a centro con cuerda de Lafita. Fue al palo y Sinama no encontró el rebote. Luego, el francés trazó una falta combada en vuelo suave que sacó también el portero del Hércules. Y hubo otra escapada del mismo Sinama a pase listo de Ander, en la que el delantero no se ordenó las piernas. Más adelante, Calatayud frustraría a Lafita y Marco Pérez.
El Hércules administró su posición. Presionó más allá del horizonte medio y tuvo su hora. Claro que la tuvo. El Zaragoza jugaba a los puntos; el Hércules especuló con el KO. Tres remates con nombre de gol sacaría Leo Franco. Uno a Tote tras combinación sabia de Abel Aguilar. El portero hizo un escorzo inverso: el corpachón a un lado, el pie al otro. Y rechazó. Drenthe lo obligó a otra arriba y, sobre todo, Trezeguet lo aproximó al aprecio popular. Fue la única vez en que el francés salió de los telones urdidos por Jarosik y Contini. Disparó con la enjundia de quien ha sido, pero Franco salió ileso. Todo lo demás que ganó el Hércules lo obtuvo por oficio. Atrás y en el medio. Pamarot encajó por los demás (incluido un codazo inadvertido de Diogo) y limitó a Sinama. Marco Pérez, al final, se le escapó. Fue en el alargue: pero estaba Calatayud, ganador ante la pobre definición del punta. La última la sacó de dentro Abel Aguilar. Esteban hizo números y se fue conforme. Las disyuntivas de Gay crecen: el equipo quiere pero no alcanza; Sinama aguanta y juega la pelota; Pérez hace ocasiones y deshace goles.
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